6.22.2009

Voladizos.


El voladizo es a la arquitectura lo que el bolso de Gucci, la corbata de Hermès o los zapatos Berlutti son al atuendo.

Ninguno de los accesorios de vestir que he mencionado son elegantes por sí mismos y de igual modo el voladizo no es necesariamente una muestra de calidad arquitectónica.

Unos y otro ejemplos discurren más bien por el camino de la ostentación, de mostrar a quien observa que somos poseedores de objetos de mucho precio.

En lo referente al voladizo, si usted es la máxima autoridad de una empresa importante y quiere exhibir el éxito económico de la corporación que con tanta fortuna preside o dirige, convenza al consejo de administración de la necesidad de un nuevo edificio corporativo o convénzase a sí mismo ante el espejo si es el patrón supremo del negocio. Seleccione un grupo reducido de arquitectos a la última, promueva un concurso cerrado y elija el proyecto que más le halague y que incorporará a buen seguro un voladizo de considerables proporciones, de los que harán pasmarse la ciudadanía cuando observe el portento.

El voladizo no mejorará la utilidad del inmueble ni aumentará su superficie útil ni sus cualidades. Simplemente lo hará espectacular a cambio de un coste muy elevado, asociando el nombre de la empresa o el de la marca o marcas de los productos que fabrica, distribuye y vende con el éxito que ya sabemos a la obra diseñada por el arquitecto-estrella, pagada por la corporación e inaugurada por usted en un acto sin duda inolvidable para su ego.

Es lo que viene en llamarse arquitectura emblemática o de marketing o aún arquitectura-espectáculo, una tendencia que ha triunfado y que posiblemente se contenga en la actual coyuntura, en un momento en el que los alardes se asocian peligrosamente con algunas prácticas de gestión empresarial alejadas de la prudencia. Eso y la falta de pudor más que evidente, que ahora mismo es un valor a la baja. 

Los edificios-espectáculo son obviamente espectaculares y cuidan poco su propia calidad intrínseca, la del entorno, la de su encaje en ese entorno, la idiosincrasia de la zona en la que se alzan, la historia de la ciudad e incluso la opinión que sus propios habitantes tienen de ella.

Sus autores los interpretan y explican de puertas afuera con argumentos más que dudosos, buscando inexistentes vínculos históricos, formales o ambientales con la ciudad que acoge la obra.

Se da la circunstancia añadida del catetismo –de cateto, pueblerino- de la autoridad que debe aprobar tan magna construcción que pasa alegremente por encima de planes urbanísticos, normas y reglamentos. Los responsables del o de los departamentos concernidos –arquitectos ellos además de funcionarios- caen en éxtasis ante la firma que figura en los planos y no suelen atreverse a llevarle la contraria al maestro si se celebra alguna reunión. De ese modo el perplejo ciudadano constata dislates que le parecen de una evidencia meridiana y que sólo acierta a entender en clave de acuerdos al margen de lo legislado, de excepciones interesadas y de juegos de poder a años luz de sus propias vivencias.

Para ilustrar lo dicho con algunos ejemplos les propongo el “Parc Central de Poblenou”, en Barcelona, obra del francés Jean Nouvel y que se ha pasado por el arco del triunfo la continuidad de una arteria emblemática, histórica y esencial del barrio –la calle “Pere IV”- rompiendo de ese modo la fluidez del tráfico de una zona que se distinguía por todo lo contrario antes de su intervención, además de empequeñecer la perspectiva –el horizonte- del entorno. El cliente del señor Nouvel, por cierto, fue el ayuntamiento de la ciudad.

Otro ejemplo flagrante es el llamado “Hotel Vela”, en la escollera del puerto barcelonés. Esta vez quien ha perpetrado el engendro es Ricardo Bofill, arquitecto de quien admiro otros proyectos, con el beneplácito del ayuntamiento y de los responsables estatales de la franja costera. El edificio es masivo, modifica a peor el paisaje marítimo de la ciudad y para desgracia de quienes la habitamos es visible desde muchos sitios.

Hay otros ejemplos de desastres parecidos pero prefiero no amargarles la lectura. Esta ciudad –Barcelona- se distingue por una calidad media arquitectónica superior a la habitual, por destellos de genialidad e incluso por una mayoría de arquitectos enamorados de la ciudad y de su profesión y en consecuencia respetuosos y cuidadosos con sus intervenciones.

En esta línea les recomiendo la visión desde todos sus ángulos del precioso hotel del francés Perrault en Poblenou, que se me antoja una maravilla de rigor, de criterio y de sentido común.

Puestos a visitar dense una vuelta por los wc del “Edifici Fòrum” –de Meuron & Herzog- y por los del cercano hotel “Princess” –Oscar Tusquets- que son justo lo contrario. Los primeros estrictos, ingeniosos, divertidos y sorprendentes, los segundos un ejemplo de cómo gastar mucho dinero en un espacio tan reducido.


Pierre Roca